sábado, 18 de abril de 2009

ROCK and ROLL...eando

Cuando en un concierto de rock & roll puedes observar la presencia de jóvenes de doce o catorce años, algunos incluso vestidos a semejanza de Angus Young, junto con veteranos rockeros de más de sesenta, la misma edad que la de los componentes de la banda, sólo puedes pensar en una cosa: que la convocatoria tiene calidad extra y los resultados artísticos son los previsibles, y que no son otros que colmar ampliamente las expectativas depositadas en él. Eso fue lo que sucedió el otro día en el concierto del mítico grupo australiano AC/DC.

Es seguro que nos faltarán adjetivos con los que adornar esta pequeña crónica. Trepidante, en la simple puesta en escena y la observación del brutal guitarra A.Young, una bestia salvaje en el escenario disfrazado de colegial por sugerencia fraterna desde los orígenes del grupo, allá por noviembre de 1973. Treinta y seis años de actualidad. ¿Hay quién de más?

Referido a este miembro del grupo ¿Qué es lo que transforma su frágil cuerpecillo con un andar natural de pato boquiabierto ávido de oxígeno en un ambiente asfixiante en un eléctrico e infatigable atleta, con un “paso de la oca”, inimitable y permanente con el que desfiló a lo largo y ancho del escenario cuantas veces quiso?

Desencajado, sudoroso, violento, sublime, “se quedó” personalmente cuanto quiso, después de desgranar el más que ortodoxo y genial “Let there be rock”, al menos durante diez minutos interminables de reloj, en un “solo” mayestático, absurdo, desvencijado, coherente, inefable,… con cada uno de los quince mil asistentes haciendo de coro disciplinado a sus órdenes. ¿Qué lo convierte en un superman de la guitarra que toca unas veces de pie, arrastras, tumbado, de rodillas, o como le apetezca en el momento, y otras, alzado sobre plataforma elevadora diciendo aquí estoy yo, “the nomber one”? ¿Su sentido de la música quizás?

Atávica, potente, chirriante sin llegar a descarrilar en ningún momento el “Rock & roll train”, incluso ni cuando la locomotora fue literalmente montada por la imposible y explosiva “Whole lotta Rosie”, muñeca hinchada que prodigiosamente acompañaba con su pie izquierdo el ritmo que imponía la banda.

Pocas formaciones actuales pueden ofrecer de entrada un repoker de ases como: Back in black, Dyrty Deeds, Shut down flames, Thunder struck, o Hells bells, en una mano de poker de suerte brutal, y con el cantante Brian Jhonson, haciendo de Quasimodo de campanario imaginario colgado de la cuerda del badajo de la campana en medio del escenario. Genial.

Garganta sublime la de este aparente estibador tocado con la gorra propia del cuerpo de estibadores de cualquiera de los puertos británicos. Resistente hasta el paroxismo, capaz de tronar y de lijar el denso ambiente hasta dejarlo pulido a su antojo y entregado a sus pies; todo ello, sin tener que recurrir a los eternos descansos ni protegerla en ningún momento de la actuación, lo cual, junto con el sonido global del grupo provocan el “Deep impact” entre los seguidores, llevados al éxtasis en algún caso, como atestiguan las imágenes del público reflejadas en las pantallas del escenario.

Los diablillos; cuyos cuernos rojos luminosos refulgían a miles en la oscuridad buscada del palacio; se retorcían, brincaban y rugían al ritmo de la guerra de las máquinas, “War machina”; se reanimaban después por kilos y kilos de “TNT”, se inflamaban en llamaradas incontrolables y estampidos de los diez, cien, mil “cañones por banda a toda vela” de una “panda-banda” de piratas incombustibles que van derramando su potente elixir por los procelosos mares del “hard rock” hasta que una de las singladuras del verano permita de nuevo el atraque de su bajel en los puertos madrileños.
Gaspar T. Jimeno Diestro. Viejo rockero

También en "Todo Músika" de la sección "Cajón Desastre" de SIRINGA